Como aquel día, que Ángel decidió que no quería
desayunar. Así, por las buenas. La verdad es que a Ángel le costaba desayunar
muchos días. Decía que aún tenía las tripas dormidas, que no le cabía nada o
que no podía tragar. Su mamá le preparaba un ColaCao y unas galletas con
mantequilla o una tostada o un sandwich y siempre le decía que si prefería un
zumo, o cereales, fruta, yogur... o lo que fuera, se lo dijera. Que a ella le
daba igual lo que desayunara, siempre y cuando desayunara. Que si no, no
tendría fuerzas para jugar todo el día, se cansaría y no iba a crecer.
Pero Ángel no se lo creía, pensaba que eran
tonterías suyas. Total, un desayuno, si eso no podía ser tan importante. Y
aquel día decidió comprobarlo. Decidió demostrarle a su madre que no pasaba
nada por no desayunar. Absolutamente nada. No sabía lo equivocado que estaba.
Después de mucho insistir, su madre le dijo
"Mira, si no quieres desayunar, no desayunes, peor para ti. Pero si luego
te quedas sin fuerzas, a mí ni me lo cuentes". Y claro que no pasó nada.
Ángel pasó el día como si tal cosa. Y al día siguiente tampoco desayunó. Y no
pasó nada. Ni al siguiente. Estaba claro, cuentos chinos de su madre.
El caso es que pocos días después ocurrió algo
extraño. En el patio del cole estaba jugando al pilla pilla y de repente...
ufff, ¡qué cansancio! Apenas podía seguir corriendo. Tuvo que sentarse y
descansar. Su amigo Sergio se acercó y le preguntó qué le pasaba. Ángel le miró
y... te parecerá raro pero le vio así como... más alto. Le dijo que no pasaba
nada, se puso en pie y, cuando trataba de pillar a María, se dio cuenta de que
no podía. Ella corría mucho más rápido. Y eso sí que no, vale que Sergio era
muy veloz, y Clara, y Antonio, incluso Cristina podía ganarle si se lo proponía
pero María no. Claro que no. No podía consentirlo. Se puso en pie dispuesto a
pillarla y... y sus rodillitas hicieron "clac clac clac" temblonas...
y se tuvo que sentar otra vez. Como si se hubiera quedado sin batería. No
entendía nada. Les dijo a sus amigos que no le apetecía jugar más y se sentó
pensativo en un rincón del patio.
Esa tarde fue a buscarle al cole el tío Javier y
Ángel aprovechó para contarle lo que había pasado en el patio. Tío Javier le
escuchó muy atentamente y cuando acabó le preguntó muy serio "Pero Ángel,
¿cómo es eso de que te quedaste sin fuerzas?" El niño sonrió aliviado, al
menos su tío tampoco lo entendía. "A no ser, claro..." continuaba
diciendo tío Javier "que no desayunases suficiente". Ángel se quedó
helado. Le preguntó a su tío que por qué decía eso y él le explicó que la
comida es para las personas como la gasolina para los coches y que si no había
suficiente en el depósito de la tripa, el cuerpo no podía funcionar. Le dio vergüenza contarle a su tío que
llevaba varios días sin desayunar y que seguramente era eso lo que había
pasado. Prefirió callarse. No podía ser eso.
Cuando llegó a casa y mamá le preguntó que qué tal,
Ángel le dijo que bien, pero que le parecía que sus amigos ahora eran todos un
poquito (pero sólo un poquito) más altos que él. "Claro" respondió
mamá tranquilamente, "será que desayunan y comen mejor que tú" y se
dio la vuelta como si tal cosa. No podía ser eso, pensó Ángel.
Papá llegó un poquito tarde ese día. Ángel estaba
acabando de cenar ya. Le dio dos besos, le preguntó qué tal su día y, cuando
Ángel le contó que María le había ganado al pilla pilla, papá sin asombrarse ni
nada le dijo "Bueno, eso será porque desayuna bien" y ¡se quedó más
ancho que largo! No, no y no, no podía ser eso. O tal vez sí... Empezaba a
estar un poco preocupado. Mañana sin falta resolvería ese misterio.
Al día siguiente tampoco desayunó. Mamá no
insistió. Quizás porque sabía que, antes o después, Ángel se daría cuenta de su
error. Cuando llegó al cole miró a sus amigos... todos ellos eran así de
grandes, y él seguía siendo así de pequeño... ¿Qué estaba pasando? Decidió
preguntarle a su amigo Sergio.
- "Oye, ¿tú por qué eres tan alto?" le
dijo.
- "Pueeees no sé, supongo que porque como muy
bien", contestó.- "Ya, claro, y ¿tú desayunas?" insistió Ángel.
Sergio se echó a reir, "Anda, pues claro, zumo, leche con cereales y galletas".
Bueno, Sergio no valía, le preguntaría a María, que
venía justo por ahí.
- "María, estás muy alta y ya corres más rápido
que yo, ¿cómo lo consigues?"
María sonrió encantada y dijo "Bueno, es que
ahora desayuno muy pero que muy bien. Me tomo una fruta, un ColaCao y dos
tostadas con mantequilla y mermelada y tengo energía para toooooda la
mañana".
¡Vaya, vaya! Esto empezaba a oler a que mamá tenía
razón... ¡Ah! Hablaría con Andrés. Él no le fallaría. Le buscó por todas partes
y le preguntó.
- "Andrés, Andrés, ¿a que tú no
desayunas?". Su amigo le miró como si hubiese visto un fantasma y riéndose
contestó "¿cómo no voy a desayunar? Si no, no aguantaría toda la mañana
aprendiendo y jugando en el cole... Me tomo un bocadillo de jamón y queso, un
zumo y un vaso de leche enorme". ¡Hala, ya está! Mamá tenía razón y él no.
Todos sus amigos sacaban fuerzas y crecían gracias al desayuno.
Pasó todo el día casi sin poder creérselo. Cuando
llegó a casa, no quiso decir nada pero había tomado una decisión: a partir de
mañana iba a desayunar... sólo por probar.
Cuando se levantó por la mañana recordó lo que
había decidido. Sin decir nada, cogió el vaso de ColaCao y se lo bebió
enterito. Le pareció que mamá le miraba sonriente de reojo pero ninguno de los
dos dijo nada. Pensó comerse alguna galleta pero se sintió incapaz, sus tripas
aún parecían dormidas. Se fue al cole. Sería casualidad pero esa mañana se
sintió un poquito mejor, como si tuviera más fuerzas...
A la mañana siguiente se tomó de nuevo el ColaCao.
Esta vez mamá le sonrió claramente, sin mirarle de reojo. Y eso le hizo
sentirse mejor. Decidió obligar a sus tripas a tomarse una galleta. Sólo una.
Esa mañana en el patio, sus rodillas no temblaron al correr.
Al otro día el ColaCao entró casi solo. Y mamá le
preparó una tostada, pequeñita. Cuando le daba el último bocado, un papá
sonriente le dijo "Te veo más mayor". ¿Sería verdad? Debía serlo
porque al ponerse en la fila del patio sus amigos eran así de grandes y él...
¡también!
Esa tarde cuando Ángel llegó a casa les pidió
perdón a sus papás por no haberles creído, les dio dos besos enormes y a partir
de ese día desayunó siempre siempre fenomenal, porque se había dado cuenta de
lo importante que era desayunar para tener fuerzas, porque quería crecer mucho
y ser siempre así de grande, porque quería ganar a María y a todos los demás al pilla pilla y
porque les había prometido a sus papás que nunca más haría el tonto con el
desayuno, y las promesas, se cumplen.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.