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jueves, 15 de noviembre de 2012

Ángel no quiere desayunar

Hace mucho, mucho tiempo, en un país muy, muy lejano, vivía con sus papás un niño que se llamaba Ángel. Ángel era un niño muy bueno, muy cariñoso, y muy trabajador pero… un poquito desobediente. Sus papás le advertían de las cosas que podían pasar pero él decía “sí, sí, sí” y luego hacía lo que le daba la gana… Y claro, a veces se metía en unos líos…

Como aquel día, que Ángel decidió que no quería desayunar. Así, por las buenas. La verdad es que a Ángel le costaba desayunar muchos días. Decía que aún tenía las tripas dormidas, que no le cabía nada o que no podía tragar. Su mamá le preparaba un ColaCao y unas galletas con mantequilla o una tostada o un sandwich y siempre le decía que si prefería un zumo, o cereales, fruta, yogur... o lo que fuera, se lo dijera. Que a ella le daba igual lo que desayunara, siempre y cuando desayunara. Que si no, no tendría fuerzas para jugar todo el día, se cansaría y no iba a crecer.

Pero Ángel no se lo creía, pensaba que eran tonterías suyas. Total, un desayuno, si eso no podía ser tan importante. Y aquel día decidió comprobarlo. Decidió demostrarle a su madre que no pasaba nada por no desayunar. Absolutamente nada. No sabía lo equivocado que estaba.

Después de mucho insistir, su madre le dijo "Mira, si no quieres desayunar, no desayunes, peor para ti. Pero si luego te quedas sin fuerzas, a mí ni me lo cuentes". Y claro que no pasó nada. Ángel pasó el día como si tal cosa. Y al día siguiente tampoco desayunó. Y no pasó nada. Ni al siguiente. Estaba claro, cuentos chinos de su madre.

El caso es que pocos días después ocurrió algo extraño. En el patio del cole estaba jugando al pilla pilla y de repente... ufff, ¡qué cansancio! Apenas podía seguir corriendo. Tuvo que sentarse y descansar. Su amigo Sergio se acercó y le preguntó qué le pasaba. Ángel le miró y... te parecerá raro pero le vio así como... más alto. Le dijo que no pasaba nada, se puso en pie y, cuando trataba de pillar a María, se dio cuenta de que no podía. Ella corría mucho más rápido. Y eso sí que no, vale que Sergio era muy veloz, y Clara, y Antonio, incluso Cristina podía ganarle si se lo proponía pero María no. Claro que no. No podía consentirlo. Se puso en pie dispuesto a pillarla y... y sus rodillitas hicieron "clac clac clac" temblonas... y se tuvo que sentar otra vez. Como si se hubiera quedado sin batería. No entendía nada. Les dijo a sus amigos que no le apetecía jugar más y se sentó pensativo en un rincón del patio.

Esa tarde fue a buscarle al cole el tío Javier y Ángel aprovechó para contarle lo que había pasado en el patio. Tío Javier le escuchó muy atentamente y cuando acabó le preguntó muy serio "Pero Ángel, ¿cómo es eso de que te quedaste sin fuerzas?" El niño sonrió aliviado, al menos su tío tampoco lo entendía. "A no ser, claro..." continuaba diciendo tío Javier "que no desayunases suficiente". Ángel se quedó helado. Le preguntó a su tío que por qué decía eso y él le explicó que la comida es para las personas como la gasolina para los coches y que si no había suficiente en el depósito de la tripa, el cuerpo no podía funcionar.  Le dio vergüenza contarle a su tío que llevaba varios días sin desayunar y que seguramente era eso lo que había pasado. Prefirió callarse. No podía ser eso.

Cuando llegó a casa y mamá le preguntó que qué tal, Ángel le dijo que bien, pero que le parecía que sus amigos ahora eran todos un poquito (pero sólo un poquito) más altos que él. "Claro" respondió mamá tranquilamente, "será que desayunan y comen mejor que tú" y se dio la vuelta como si tal cosa. No podía ser eso, pensó Ángel.

Papá llegó un poquito tarde ese día. Ángel estaba acabando de cenar ya. Le dio dos besos, le preguntó qué tal su día y, cuando Ángel le contó que María le había ganado al pilla pilla, papá sin asombrarse ni nada le dijo "Bueno, eso será porque desayuna bien" y ¡se quedó más ancho que largo! No, no y no, no podía ser eso. O tal vez sí... Empezaba a estar un poco preocupado. Mañana sin falta resolvería ese misterio.

Al día siguiente tampoco desayunó. Mamá no insistió. Quizás porque sabía que, antes o después, Ángel se daría cuenta de su error. Cuando llegó al cole miró a sus amigos... todos ellos eran así de grandes, y él seguía siendo así de pequeño... ¿Qué estaba pasando? Decidió preguntarle a su amigo Sergio.

- "Oye, ¿tú por qué eres tan alto?" le dijo.
- "Pueeees no sé, supongo que porque como muy bien", contestó.
- "Ya, claro, y ¿tú desayunas?" insistió Ángel.
Sergio se echó a reir, "Anda, pues claro, zumo, leche con cereales y galletas".

Bueno, Sergio no valía, le preguntaría a María, que venía justo por ahí.

- "María, estás muy alta y ya corres más rápido que yo, ¿cómo lo consigues?"
María sonrió encantada y dijo "Bueno, es que ahora desayuno muy pero que muy bien. Me tomo una fruta, un ColaCao y dos tostadas con mantequilla y mermelada y tengo energía para toooooda la mañana".

¡Vaya, vaya! Esto empezaba a oler a que mamá tenía razón... ¡Ah! Hablaría con Andrés. Él no le fallaría. Le buscó por todas partes y le preguntó.

- "Andrés, Andrés, ¿a que tú no desayunas?". Su amigo le miró como si hubiese visto un fantasma y riéndose contestó "¿cómo no voy a desayunar? Si no, no aguantaría toda la mañana aprendiendo y jugando en el cole... Me tomo un bocadillo de jamón y queso, un zumo y un vaso de leche enorme". ¡Hala, ya está! Mamá tenía razón y él no. Todos sus amigos sacaban fuerzas y crecían gracias al desayuno.

Pasó todo el día casi sin poder creérselo. Cuando llegó a casa, no quiso decir nada pero había tomado una decisión: a partir de mañana iba a desayunar... sólo por probar.

Cuando se levantó por la mañana recordó lo que había decidido. Sin decir nada, cogió el vaso de ColaCao y se lo bebió enterito. Le pareció que mamá le miraba sonriente de reojo pero ninguno de los dos dijo nada. Pensó comerse alguna galleta pero se sintió incapaz, sus tripas aún parecían dormidas. Se fue al cole. Sería casualidad pero esa mañana se sintió un poquito mejor, como si tuviera más fuerzas...

A la mañana siguiente se tomó de nuevo el ColaCao. Esta vez mamá le sonrió claramente, sin mirarle de reojo. Y eso le hizo sentirse mejor. Decidió obligar a sus tripas a tomarse una galleta. Sólo una. Esa mañana en el patio, sus rodillas no temblaron al correr.

Al otro día el ColaCao entró casi solo. Y mamá le preparó una tostada, pequeñita. Cuando le daba el último bocado, un papá sonriente le dijo "Te veo más mayor". ¿Sería verdad? Debía serlo porque al ponerse en la fila del patio sus amigos eran así de grandes y él... ¡también!

Esa tarde cuando Ángel llegó a casa les pidió perdón a sus papás por no haberles creído, les dio dos besos enormes y a partir de ese día desayunó siempre siempre fenomenal, porque se había dado cuenta de lo importante que era desayunar para tener fuerzas, porque quería crecer mucho y ser siempre así de grande, porque quería ganar a María y a todos los demás al pilla pilla y porque les había prometido a sus papás que nunca más haría el tonto con el desayuno, y las promesas, se cumplen.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.