María
Elena era una niña muy buena, muy cariñosa y simpática, y muy trabajadora,
pero… todo lo hacía al revés. María Elena se levantaba por la noche y se quería
acostar por la mañana, iba al cole el domingo y luego el jueves no iba… y sus
papás y sus profesores le decían “María
Elena, María Elena, fíjate, que si haces las cosas al revés te vas a meter en
un lío” y ella respondía “is, is, is”,
porque María Elena a veces… ¡incluso hablaba al revés!
Un
día, María Elena estaba jugando cuando papá entró a decirle que recogiera ya
los juguetes, que era la hora de darse una ducha, cenar y dormir. Estaba tan
cansada que hasta le pareció buena idea. Recogió sus juguetes, sus libros, cada
cosa en su lugar. Y se fue al cuarto de baño. Papá le dijo: “Te dejo aquí el pijama para que te lo
pongas luego, y las zapatillas”. “Vale,
papá”, respondió María Elena casi sin mirar.
Se
quedó mirándose en el espejo, y se puso a hacer muecas “ahora cara triste, ahora cara contenta, ahora enfadada… ahora…”
“¡María Elena! ¿cómo va esa ducha?” la voz de papá sonó junto a la puerta. “¿Ducha, qué ducha?” Andaaaa, si había
venido al baño a ducharse… se le había olvidado… “Estoy en ello” respondió María Elena, y rápidamente comenzó a
desnudarse. Luego hizo pis, porque ya se había aprendido que antes de la ducha
había que hacer pis, que si no, luego, al mojarse los pies le daban las ganas…
Se sintió orgullosa de sí misma, qué mayor estaba, que se acordaba ella solita
de las cosas importantes, de hacer pis antes de la ducha, ya sabía peinarse,
vestirse… y mientras pensaba esto, cogió distraída su pijama y empezó a
ponérselo, fijándose muy pero que muy bien.
Acababa
de abrocharse el último botón cuando de nuevo oyó unos golpecitos en la puerta:
Toc, toc “María Elena, ¿todo bien? No
oigo el agua de la ducha” “Uy, el agua, es cierto”. María Elena trató de
abrir el grifo pero desde fuera no llegaba, tendría que meterse en la bañera.
Se metió, abrió el grifo y…. el agua comenzó a caer sobre su cabeza en el mismo
momento en que papá, al otro lado de la puerta, le recordaba “Enjabónate bien y frótate fuerte las
rodillas” María Elena pensó “Uy, el
jabón, es verdad”. Cogió el bote del jabón y se echó un poquito en la mano
y justo cuando iba a enjabonarse las rodillas… se dio cuenta. ¡Llevaba el
pijama puesto!
“¡¡¡Andaaaaaaaaa!!!” gritó María Elena
llevándose la mano a la frente. Y papá, que conocía esa expresión, abrió la
puerta del baño, esperando encontrarse… ¡a saber qué! Y se encontró justo lo
que tú estás pensando. A María Elena, con el pijama puesto, dentro de la ducha,
empapada de los pies a la cabeza y las rodillas de los pantalones llenas de jabón…
con cara de susto y de “¡Ay madre, la que he liado!”, sin saber qué hacer.
Menos
mal que papá sí sabía lo que tenía que hacer. Cerró inmediatamente el grifo y
mirando a María Elena le preguntó “pero
¿qué ha pasado?” María Elena no lo sabía, contestó “pues… esto… yo… creo que… me he distraído”. Definitivamente, la
había liado otra vez. Y ahora estaba chorreando, y tenía frío, y su pijama
estaba empapado. Papá, muy serio, le dijo “anda,
quítatelo mientras voy a por un pijama seco”. Sin salir de la bañera empezó
a desabrocharse pero quitárselo así no era nada fácil, la tela pesaba mucho y
además se pegaba a sus piernas y a sus brazos… Tardó un montón, lo mismo que
papá en encontrar otro pijama.
Cuando por fin papá volvió al baño le ayudó a ducharse. Y mientras le explicó que había que fijarse, que ahora no podría ponerse el pijama de estrellitas que tanto le gustaba y además al estar tanto rato mojada igual había cogido frío… eso por no hablar de lo que tardaría en secarse su pijama favorito.
María
Elena se dio cuenta, al estar mirándose al espejo se había distraído y claro,
le había pasado lo de siempre, que las cosas que se hacen distraída no salen
bien. Un poco triste, terminó de ducharse, se secó, se puso el pijama sequito y
salió a cenar.
Los
siguientes días María Elena tuvo mocos, de esos gordos que entran en la nariz
cuando uno coge frío y luego no quieren salir, y se encontró bastante mal. Le
dolía la cabeza, la garganta, no podía respirar… y todo porque se había
acatarrado. Así que se acordó muchas veces de por qué habían venido los mocos,
por el rato que había estado empapada con el pijama chorreando intentando
quitárselo… y se prometió a si misma que sería la última vez que se duchaba
vestida. Y lo cumplió, a partir de entonces, cuando María Elena se preparaba
para la ducha, se repetía a sí misma: “me desnudo, hago pis, me ducho sin ropa, me
seco y me visto”. Y a puro de repetirlo, se lo aprendió tan bien, tan bien
que nunca más le volvió a pasar.
Y
colorín colorado que este cuento se ha acabado, y no vuelve a empezar porque te
lo cuento yo, que si te lo llega a contar María Elena…
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