Como
aquel día, que Ángel no quería lavarse los dientes antes de acostarse. Muchas
veces le daba pereza pero ese día es que ¡de verdad no quería! Su mamá habló
con él y le intentó convencer, su papá habló con él y le intentó convencer,
hasta su tío que llamó por teléfono habló con él y le intentó convencer. Y él,
que nada, que no se los quería lavar. Y al final ¡se fue a dormir sin lavarse
los dientes! Sus papás le habían contado que si no se lavaba los dientes se le
enfermarían y acabarían por caérsele llenitos de caries pero él no se lo creía…
Cuando
se levantó por la mañana se miró al espejo “¿lo
ves?” pensó sonriendo… “¡qué
exagerados! No ha pasado nada de eso”. Efectivamente sus dientes lucían
como siempre, todos en su boca, arriba y abajo, algo sucios eso sí pero no se
había caído ninguno. Lo que Ángel no recordaba es que eso pasaría tras unos
días sin lavárselos, no sólo por una noche. “Además”,
siguió pensando, “si se me tienen que
caer igual, a todos mis amigos se les están cayendo”. A él mismo se le
había caído uno en verano y el Ratoncito Pérez le había dejado una moneda.
Sonrió contento al recordarlo, la de cromos que se había comprado con aquella
moneda… tampoco era tan grave que se le cayeran todos los dientes ¿no? tendría
más monedas y más cromos… Decidió dejar de lavarse los dientes.
A
partir de ese día, Ángel no se lavó los dientes ninguna noche. Sus papás le
advirtieron de lo que iba a pasar, y trataron de abrirle la boca para meterle
el cepillo pero el muy bruto no se dejó. Incluso se hizo daño al cerrarla tan
fuerte… Al final sus papás le dijeron algo así como “atente a las consecuencias” que significa “vas a ver lo que pasa y te vas a arrepentir de lo que estás haciendo”.
Pero no hizo caso.
Y
eso, consecuencias, fueron que después de un par de días, sus dientes tenían un
color bastante feo. Sus amigos no querían jugar cerca de él porque decían que
su aliento olía mal. A veces incluso al tragar le sabía raro… pero como Ángel
era terco como una mula, seguía sin lavarse los dientes. Y un día ocurrió.
Estaba comiéndose un bocadillo de jamón y, al tirar de él sintió algo extraño
¡se le había caído un diente! Se lo llevó corriendo a mamá ilusionado pensando
en que por la mañana debajo de su almohada habría una moneda pero cuando su
mamá lo vio, tan sucio, le dijo:
-
Uff, no sé yo si al
Ratoncito Pérez le va a gustar
-
¿Gustar? Y ¿por qué no?
-
Hombre, Ángel, porque
Pérez colecciona dientes pero un diente sucio no sé si va a ponerlo en su
colección ¿no crees?
-
¡Qué tontería! Un diente
es un diente…
Pero la verdad es que Ángel no estaba tan seguro de que el ratón pensara igual
que él.
Finalmente
llegó la noche. Al acostarse, Ángel envolvió su diente en un plastiquito y lo
dejó bajo la almohada, deseando que llegara ya la mañana. Aunque le costó un
poco dormirse, lo consiguió tras unas cuantas vueltas. La noche fue tranquila.
Cuando
se despertó, Ángel se acordó inmediatamente de su diente, miró bajo la almohada
y… ¡cuál no sería su sorpresa al encontrarse su diente envuelto allí mismo,
justo donde lo había dejado! Pero bueno, ¿es que Pérez no había venido o qué?
Ah, sí, junto al diente había algo más, un papelito. Era muy pequeño y no lo
había visto antes. Lo cogió, tenía algo escrito, lo desdobló y… casi no podía
leerlo de tan pequeño que era. Se levantó y cogió su lupa, la que tenía para
jugar a los detectives.
Leyó
“Hola Ángel, lo siento mucho pero este
diente está demasiado sucio. Afeará mi colección así que, por favor, guárdalo
tú y no me dejes más así de sucios. Atentamente, Ratón Pérez”.
Se
quedó… con la boca abierta. Así que después de todo, era cierto… Pérez no
quería dientes sucios… Entonces pensó que su plan había fallado, Pérez no le
dejaría monedas si sus dientes no estaban limpios, y su boca sabía mal, y olía
peor, estaba a punto de perder a sus amigos por esa tontería de no querer
lavarse los dientes… y sus dientes seguramente estaban enfermando… a lo mejor
ni siquiera le salían los nuevos, o si le salían le saldrían enfermos y se le
caerían también… y entonces, entonces no podría comer deliciosos bocadillos de
jamón ¡¡¡necesitaba sus dientes!!!
Entró
llorando a la cocina, donde su madre preparaba el desayuno. Cuando le vio con
ese berrinche se asustó un montón y se acercó a consolarle. Ángel le contó todo
lo que había pasado, lo de la nota de Pérez y cómo se había dado cuenta de que
dejar de lavarse los dientes había sido una tontería. Mamá le consoló y le dijo
“bueno, Ángel, pero todavía estás a
tiempo de arreglarlo”. Ángel dejó de llorar y miró a mamá, que seguía
diciéndole “todavía se te tienen que caer
muchos dientes, y si te los cuidas, Pérez los recogerá y te dejará algunas
monedas, y tus amigos volverán a jugar contigo cuando tu aliento deje de oler
mal, y tus dientes nuevos crecerán sanos y fuertes y podrás seguir comiendo
bocadillos de jamón y de lo que tú quieras…”. Claro, mamá tenía razón… sólo
tenía que… ¡volver a lavarse los dientes!
Ese
día Ángel se lavó los dientes a conciencia, los frotó con el cepillo como nunca
lo había hecho. Y limpió también el diente que se le había caído. Lo dejó
blanco blanquísimo y lo volvió a envolver en un plastiquito. Junto a él, dejó
una nota que decía “Pérez, siento haberte
dejado un diente en mal estado. No volverá a ocurrir. Te prometo que voy a
cuidar de mis dientes muy bien, y voy a lavarlos todos los días. Estarás
orgulloso de tenerlos en tu colección.” Cuando se levantó por la mañana, se
encontró una moneda y una notita así de pequeña. Cogió corriendo su lupa y leyó
“Estoy muy orgulloso de ti, Ángel. Y sé
que cuidarás de tus dientes, de los que tienes ahora y de los nuevos que te
salgan. Porque eres un chico listo”.
Ángel
sonrió, con ese agujero en medio de su boca que hacía que se le colase el aire,
guardó su moneda para ir a comprar cromos y desde ese día se lavó los dientes
siempre sin rechistar, que se lo había prometido a Pérez y las promesas, se
cumplen.
Y
colorín colorado, este cuento, se ha acabado.
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